Durante una conversación con un responsable de la distribución de un periódico de Valencia, llevada a cabo en una de las cenas de hermandad que anualmente celebra nuestra Asociación, se nos expuso el razonamiento de que para que desapareciera la aventura de los “gratuitos” por parte de los editores de periódicos de pago, deberían desaparecer previamente las empresas que implantaron las primeras cabeceras “gratuitas”. Algo así como “si se van los gratuitos, nosotros —los de pago— abandonaremos el barco de la gratuidad, al que también nos hemos subido, puesto que en la situación actual el reparto de la tarta publicitaria supone una merma en nuestros ingresos”.
Con los “gratuitos” los editores mantienen —al menos de momento— la situación de rentabilidad en el nivel de ingresos, al captar por la vía de este tipo de prensa la publicidad que se escapa de los canales de la de pago. La maniobra —no nos engañemos— tiene su lógica, sobre todo su lógica empresarial. Pero el resultado que conlleva toda esta situación nos conduce directamente a un debilitamiento de la cadena de ventas de la prensa tradicional, la prensa que nosotros los quiosqueros solemos llamar “de calidad”, por el eslabón más débil: el punto de venta.
Porque, de toda esta aventura ¿qué le queda al quiosquero? Nada. ¿Nada? Algo peor que nada: bajada de ventas o, lo que es lo mismo, pérdidas.
Por eso, cuando se habla de los esfuerzos que la cadena de ventas debe adoptar para paliar el descenso de la venta de periódicos y revistas, debería evitarse cualquier tipo de fingimiento y eufemismo. Es urgente e imprescindible poner sobre el tapete menos palabrería y más dosis de sinceridad, empezando por dejar muy claro que en todo este lío de los “gratuitos” la pelota está en el tejado de los editores que han decidido jugar a dos barajas.
¿Todo acaba ahí? No. La situación raya lo esquizofrénico cuando los quiosqueros —trabajadores que, por lo común, hacemos más horas que un reloj— nos convertimos en destinatarios de algunos reproches carentes del más mínimo fundamento, como ese que pide de nosotros una “mayor implicación” (sic.). Para motivar, para estimular, para tener contentos, en definitiva, a los quiosqueros, los editores deberían, antes de nada, asimilar una situación que, lo quieran o no, ha empezado a chirriar: su lógica empresarial ha entrado en conflicto con nuestra caja.