Al calor de la noticia de los 65 quioscos cerrados en un año en Valencia ?en su provincia y capital?, en pasados días hemos hablado de lo fundamental que es el asociacionismo y la búsqueda de nuevos recursos comerciales, todo ello como fórmulas para luchar contra las pérdidas que supone el descenso de la venta de prensa. Hoy lo haremos centrándonos en la utilización de otra herramienta paliativa ?la informática y las nuevas tecnologías? y la urgente necesidad de un cambio de rumbo en las distribuidoras.
Harto conocido es que en los puntos de venta actuales disponemos de una oferta de productos que tiende poco menos que el infinito. Y no sólo por esa propia variedad sino por la cantidad de terminología, directrices, plazos, márgenes comerciales o proveedores que conlleva cada tipo de producto. Pensemos en las chucherías ?¿cuántas habrá en el mercado??, en los artículos de papelería, en las prensa, revistas, coleccionables, promociones, tarjetas de transporte, apuestas, recargas telefónicas… Lo dicho, “hacia el infinito y más allá”, que diría el superhéroe digital Buzz Lightyear. Y toda esta “masa” hay que gestionarla.
En este sentido, la informática no es que sea una buena herramienta para agilizar los procesos de gestión del quiosco, es que es, a todas luces, imprescindible. Hay compañeros que no la utilizan por diversos motivos y con ello estarán dejándose en la cuneta muchas horas que, de otra manera, las tendrían para sí mismos o para una mayor dedicación al negocio. Volvemos al argumento inicial: hemos de ser capaces ?y la tecnología se convierte en un aliado privilegiado? de buscar los escenarios productivos que permitan a los puntos de venta parchear los socavones que la situación actual nos está provocando.
Pero, ¿queda ahí todo? Este “reciclaje tecnológico”, ¿debe de ser exigible sólo al punto de venta? También las cadenas de distribución, de prensa y de otro tipo de productos habituales del quiosco, deben de incorporar los medios necesarios para que al final del proceso se produzca una de las más ansiadas e históricas reivindicaciones de los quiosqueros: que deje de ser, de una vez por todas, tan lamentable el servicio de las distribuidoras. No basta con tener unas magníficas pantallas planas y unos albaranes salidos de impresoras de última generación. La tecnología también debe de estar al servicio del punto de venta para que ni una sola venta se pierda por falta de género. No es cierto que cuando un cliente no encuentra un producto en un quiosco se vaya a otro. En un porcentaje muy alto de casos el cliente lo deja… y se olvida del producto. Cuando este tipo de cosas suceden, ¿de qué sirven las recomendaciones y las exigencias de los editores y distribuidores presionando al quiosco para que tratemos de vender lo máximo posible?
Llegados a este punto, hay una cuestión que subyace y que, aparte de poder ser evaluada económicamente ?¡como pérdida, obviamente!?, hay que contemplarla desde un punto de vista psicológico. Ese cliente insatisfecho al que antes aludíamos expresa su enfado al último eslabón de la distribución ?el quiosquero?, como si éste fuese responsable del desaguisado. La sensación que le queda al profesional es, por supuesto, desagradable y lo que tenía que ser una relación vendedor-comprador fluida, se convierte, por mor de continuados ?y a veces kafkianos? errores ajenos, en una merma de la “imagen” del punto de venta, merma de “imagen” que no sufren en carne propia los distribuidores.
Esa estrategia del “ojos que no ven, corazón que no siente” que los distribuidores adoptan, quizá no menoscabe su “imagen”, pero por esas “tuberías rotas” de la ineficacia en el servicio de distribución también ellos pierden agua y, aunque sólo fuese por la sacrosanta cuenta de resultados, deberían perder algún minuto que otro en reflexionar sobre esta dinámica absolutamente deslavazada.
El quiosco, ciertamente, precisa de la ágil gestión que va a proporcionarle un ordenador. Los distribuidores de prensa y los editores, por contra, deberían optimizar los suyos.