65 quioscos cerrados en el período de un año, decíamos en nuestro anterior comentario, son muchos quioscos. Echar la culpa de la crisis del sector a la caída en la venta de la prensa de calidad y al affaire del tabaco es, sin duda, un recurso cargado de razones, pero hasta cierto punto fácil. Hay otros factores ?endógenos, internos?, que no podemos dejar de lado si lo que de verdad queremos es hacer una radiografía real de lo que está pasando aquí y ahora.
Y uno de esos factores, que nos atañen directamente a los quiosqueros, es nuestra limitada capacidad para hacer más sólido y unido el sector. Existe ?lo hemos detectado? como una suerte de rechazo en una zona amplia del mismo a la unidad. Cuando se desató el conflicto provocado por el Gobierno a raíz de la «Ley Antitabaco» no faltaron compañeros que dijeron que no valía la pena luchar y que la Asociación no podría afrontar con unas mínimas garantías el reto. Lo cierto es que la Asociación, que no es un ente abstracto sino la suma de cientos de profesionales, demostró que sí valió la pena luchar y que, aún contando con un potencial limitado, sí pudimos dar la batalla ?junto a compañeros de punta a punta del país?, hasta hacer que el Gobierno tuviera que dar un paso atrás.
Esa demostración de fuerza, ese sentido positivo del corporativismo, nos permitió actuar y, lo que fue más importante, obtener resultados. Se nos podrá decir que el paisaje después de la batalla fue, al fin y a la postre, peor que el escenario anterior al 1 de enero de 2006, pero no es menos cierto que pasamos de la nada ?de la miseria de la nada, cabría decir? a una situación razonable. ¿Qué hubiera ocurrido si los poderes públicos, en lugar de un sector desvertebrado se hubiera encontrado un bloque firme y con un programa de mínimos apoyado por todos los puntos de venta?
El pasado 23 de enero, en un comentario que titulamos «El precio del individualismo», elkiosco.info cargaba las tintas sobre esta cuestión:
«Durante años, por no decir décadas, los españoles nos hemos dedicado a arrojar al fuego de las ideas, entre otras, aquella que habla de “corporativismo” como si, en realidad, cualquier manifestación de comunitarismo fuera una alocada estupidez o incluso una herejía, sin reflexionar en el sentido de que una democracia auténtica es precisamente aquella que no está encorsetada por “pensamientos únicos”, si no la que fomenta la pluralidad y el contraste de pareceres. La enfermedad consiste justamente en lo contrario: una democracia que se entrega de manera unívoca a los brazos del dogma individualista, sin alternativas, es una democracia restrictiva, anómala, seriamente dañada».
Resulta bastante sospechoso esa mala prensa del corporativismo ?o gremialismo, o asociacionismo, o como queramos llamarlo? venga inducida por ciertos sectores que, paradójicamente, son precisamente los más ultracorporativistas. Pensemos, sin ir más lejos, en determinados políticos que con la mano izquierda satanizan la idea y con la derecha la practican hasta la adicción. Dígase lo que se diga, el individualismo es siempre malo y la capacidad de agrupación es siempre buena, al menos en lo que se refiere a un colectivo humano que tiene los mismos intereses que defender y estos intereses son a todas luces legítimos, razonables y justos.
Una asignatura pendiente de los quiosqueros, pues, es cerciorarse ?al margen de discursillos anestesiantes de gentes que hacen de la confusión y el «divide y vencerás» su modus vivendi? de una verdad que tendría que ser una verdad asumida de cabo a rabo: la unidad hace la fuerza. Y también de lo contrario: la desunión y el pasotismo nos convierte en objetivo fácil para todo aquel que pretenda ponernos contra las cuerdas.
Seguiremos hablando…