No podemos dejar de llamar de esta forma —el lado oscuro— a todas esas situaciones que se producen cuando un cliente nos encarga que le guardemos un determinada colección y, tras acumular varios ejemplares, termina no haciéndose cargo de ella o, simple y llanamente, no aparece por el quiosco.
Como avanzábamos en el artículo del pasado 5 de septiembre, ahora toca hablar de las llamadas colecciones “colgadas”, esas que, de vez en cuando, nos tragamos los quiosqueros.
Transcurrido un corto período de tiempo, como bien sabemos, la distribuidora no hace cargo de las devoluciones. Si hemos aguantado un número considerable de entregas de la colección y, por una u otra circunstancia no podemos hacer la entrega al cliente, esos números, esa reserva, pasa a formar parte del desván del olvido y, lo que es aún peor, de nuestros números rojos.
Y ¿quién respalda entonces al quiosquero? La distribuidora —repetimos— no se hace cargo y, si el cliente aterriza de nuevo por el quiosco, corremos el riesgo de perderlo si le recordamos su escasa —por no decir nula— seriedad. Al final de la corrida y, en el mejor de los casos, podemos vender algún número perdido y a bajo precio. Nada más.
Estos abandonos no son situaciones habituales —¡sólo faltaba eso! —, pero sólo con que durante la temporada postveraniega nos tropecemos con dos o tres de estos casos, la rentabilidad de la campaña queda maltrecha.
Afortunadamente, el profesional dispone de olfato y, gracias a este sentido —de supervivencia, sin duda— se pueden sortear situaciones negativas. La mayoría de los titulares de los puntos de venta ya hemos optado por indicar a nuestra clientela que se guardan los ejemplares de los coleccionables hasta un número determinado.
¿Las asociaciones de consumidores y usuarios conocen estos problemas generados precisamente por consumidores y usuarios?
Nos tememos que no y eso que la realidad no deja lugar a dudas: cuando el quiosquero le está guardando una colección a alguien, ese alguien —en cierta forma— ha pasado a ser un proveedor y el profesional se ha convertido en cliente. Se cambian los papeles. Si el coleccionista falla, el quiosquero se convierte en un usuario estafado. Eso sí, sin defensa alguna.





