El pasado martes, 19 de septiembre, el diario EL MUNDO, en su sección de comunicación, entraba en el debate que se está produciendo dentro de las Jornadas nacionales sobre “La prensa escrita, otra forma de aprender en el aula”, organizadas por el Instituto Superior de Formación del Profesorado, dependiente del Ministerio de Educación y Ciencia y por la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE).
Una de las felices ideas surgidas en dicho foro ha sido la de la utilización de los periódicos como material escolar, como vehículo para fomentar la lectura entre nuestros escolares, un aspecto éste que, si se potenciara, tendría como consecuencia, a buen seguro, una sana costumbre en las edades joven y adulta.
Los quiosqueros, como profesionales implicados con la difusión de la prensa escrita de calidad y con todos los aspectos que la rodean, no podemos dejar de aplaudir este tipo de iniciativas que, desde nuestro punto de vista, son absolutamente positivas. Es cierto que la venta de prensa constituye un pilar fundamental para los puntos de venta, pero no es menos cierto que el producto al que nos referimos escapa a los convencionalismos del consumo puro y duro: un diario —como una revista o un libro— es un bien cultural y parece obvio que la lectura de prensa desarrolla la capacidad crítica de los ciudadanos. No hay ninguna duda que el hábito de la lectura, la intercomunicación sobre lo leído y, en definitiva, el input cultural que genera beneficia tanto al lector como a quienes le rodean. Una sociedad que apuesta por lectura está, ciertamente, mirando más allá del horizonte.
¿Es intrínsecamente positiva toda información impresa? Obviamente, no. Cualquier texto no es germen, promesa o proyecto. Una idea plana —leída, oída o vista— fomentará encefalogramas planos y, en consecuencia, no está demás recordar aquí que unos mínimos de bondad son exigibles en todo momento y lugar. Y es en esta precisa cuestión donde los editores tienen —o deberían tener— mucho que decir. Sin embargo, todos sabemos que no es oro todo lo que reluce y esa prensa de calidad a la que aludimos —la prensa que se vende en los quioscos, insistimos— se está viendo rodeada en los últimos años por acosos que, se continuar las actuales tendencias, podrían llegar a ser letales. Y lo peor de todo, es que esos acosos no son exógenos al cien por cien, en la medida en que muchos editores, poniendo una vela a Dios y otra al diablo en nombre de la supervivencia económica, se han lanzado por la torrentera de esa otra prensa que conocemos por gratuitos.
Pero como quiera que la esperanza es lo último que debemos perder, la idea de que nuestros escolares lleven periódicos —de calidad— en sus mochilas, ¿podría ser una primera batalla ganada a esa otra prensa amarilla, plana y ebria de publicidad que está colonizándonos a pasos agigantados?